
Se llamaba Fernando y se
hacía llamar "Nando". Toda la vida soñando en cambiar de lugar, de
amigos y si pudiera, en cambiar incluso de padres.
Iba al instituto donde el
tiempo pasaba sin pena ni gloria. Quería ser escritor, guionista, comunicador,
llegar al público, llegar a ser famoso y que su nombre sonara en todos los
círculos de gente culta.
Miraba a sus coetáneos
como seres inferiores a él. No les hacía participes de sus pensamientos en la
creencia de que no tenían sensibilidad ni inteligencia para entenderlo. No se
daba cuenta de que él era más pobre que todos ellos, porque mientras el vivía
soñando con ilusiones que solo le darían la felicidad en un hipotético futuro, la mayoría de sus vecinos
y amigos disfrutaban cada momento de las pequeñas cosas que la vida les
proporcionaba minuto a minuto, hora a hora, día a día.
Cuando sus amigos le
proponían los juegos típicos de la edad, el rehusaba diciendo que tenía que
pensar, que tenía que hacer; los amigos a su vez y después de tantos intentos
fallidos para que se incorporara a sus juegos, hacían un mohín de desconcierto,
a veces algún comentario sarcástico y lo dejaban.
Después de eso, él en su
interior se lamentaba de que no insistiesen y se dolía de que no les interesaba
lo suficiente, de que pasaban de él y eso le hacía sentirse desgraciado y solo.
Había nacido en una
familia sencilla y con pocos medios económicos, rodeado de otras muchas
familias en las mismas condiciones, en una época en que los niños eran una
bendición para los padres, porque se
esperaba de ellos que enseguida que tuviesen fuerzas colaborasen en las rudas
tareas de la labranza. Era un tiempo en que los padres como jerarcas de la
casa, solo se ocupaban de las tareas del campo con la ayuda de sus hijos y
después, cuando por razones meteorológicas no iban al campo, lo pasaban en la
taberna bebiendo y hablando sobre temas de labranza y otros temas que nuestro
protagonista no alcanzaba a entender.
Admiraba y envidiaba a los
personajes del lugar que con sus trajes raidos y zapatos de charol o piel
gastada, se diferenciaban de los más desafortunados, los labradores que con sus
pantalones gastados y zurcidos y americanas o prendas de las que no se sabía el
color original, ya que las llevaban día tras día y mes tras mes como si de un
uniforme se tratase.
Envidiaba a los pocos
"señoritos" hijos de los más afortunados, así como los juguetes que
ostentaban como símbolo de su alcurnia. Por fuera mostraba una actitud desdeñosa
hacía ellos, pero por dentro la envidia lo corroía.
Era entonces cuando más
fuertemente le venía el pensamiento..."Un día seré un triunfador y todos
me envidiarán"; Pero no se daba
cuenta de que estos pensamientos en lugar de animarlo y hacerse sentir mejor,
le hacían sentirse cada vez más solitario y triste, ya que sus sueños correspondían a un futuro
lejano que no le dejaba tiempo para vivir y gozar del presente.
Leía novelas donde se
identificaba con el protagonista que se llevaba el mérito y la mujer más
bonita; soñaba con ser el héroe de toda clase de proezas, y en realidad, vivía
sumergido en un mundo totalmente ajeno a su realidad.
Cuando estaba en la mesa
juntos a su familia, tenían que llamarle varias veces para atraer su atención;
miraba sin ver y si estabas sentado frente a él, no podías tener la seguridad
que si te veía o no, tal era su abstracción. Por eso le pusieron el apodo de
"el fantasma", apodo que lo sacaba fuera de sí y lo enfadaba cada vez
que se lo decían.
Por otra parte se sentía
feliz porque con bastante frecuencia pasaban de él y esto le permitía estar en
su mundo de ensoñaciones y escapando a la realidad.
¿Cuántos Fernandos conocemos que pierden el
regalo del presente porque siempre viven en la casa del ayer, o de un futuro
hipotético en que "podrán ser
felices"?
¿Cuántas personas pasan
por la vida sin disfrutar de los pequeños placeres del día a día? De la sonrisa
amable e ingenua de un bebé, del saludo cordial del vecino, del regalo de un
bonito amanecer o sencillamente del don de la vida que pueden elegir entre
vivirla intensamente o pasar por ella como "fantasmas": invisibles y
ausentes para todo regalo que la vida nos hace continuamente.
Imaginemos que ahora
"Nando" despierta del sueño que lo mantiene en una vida sin vida, en
un futuro intangible...Imaginemos que se le rompen los vidrios con los
erróneamente ha enfocado la vida, y que ahora con una nueva visión de apertura
a todo lo que le rodea, a todo lo que se ha perdido, despierta de ese letargo
que lo ha mantenido separado de la vida, de los demás y de sí mismo.
¿Cómo cambiará esto su
vida?
¿Cómo cambiaria esto las
vidas de tantas y tantas personas que viven proyectándose el futuro "donde
encontrarán la felicidad"?
¿Os suena esta canción?:
-"Cuando acabe la carrera,
entonces podré relajarme y ser feliz"-.
Y...cuando acaban la carrera...-
"Cuando consiga el
trabajo para el que me he preparado, entonces seré feliz".
-"Cuando tenga un
novio, una novia...´entonces sí que habré logrado la felicidad¨".
Mientras la vida pasa con
todos sus dones y todos sus estímulos del día a día, Adela, Elena, Margarita,
Nando, Juan, Antonio y todos los que se escapan al presente dejan escapar sus
vidas porque para todos: ellas y ellos, la felicidad está en el mañana, sin
tener en cuenta que el HOY es el regalo, ya que presente, significa
concretamente eso: un regalo.

-"Puede serenarse.
No hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.
"Cuando un joven
cumple quince años, los padres le regalan una tablilla como esta que llevo al
cuello. A partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de
algo, anota en la tablilla el suceso y el tiempo de la duración del placer.
Después cuando la persona
muere, contamos todos los momentos que la persona ha anotado, haciendo así la
suma del tiempo disfrutado para escribirlo en su tumba. Porque para nosotros
ese es el único y verdadero TIEMPO VIVIDO")
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